lunes, 22 de noviembre de 2010

Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones: Impactos y Cambios Sociales


Toda tecnología, implica una extensión en alguna parte del cuerpo humano. Así la rueda es una extensión de nuestro sistema motríz, el telescopio del ojo, la lanza o la bala de nuestros puños y el libro de nuestra memoria.
La aparición de la agricultura, la máquina de vapor, produjeron profundas transformaciones no solo en el orden de la vida cotidiana, sino en cuanto a mutaciones sociales, modificación de la manera de ejercer el poder, y cambios en la concepción del mundo, e incluso en el propio ser humano.
 Per, tales progresos, en el campo de las telecomunicaciones y la informática, superan en extensión y hondura los cambios originados por las invenciones y descubrimientos mencionados. Ya no se trata de una extensión de una parte de nuestro cuerpo, sino que las nuevas tecnologías constituyen una prolongación de nuestro sistema nervioso central, es decir podría ser de nuestro propio “yo fisiológico”.

La magnitud de estos cambios se torna ingenua, en el intento por seguir sosteniendo una concepción meramente instrumental de la tecnología. Esta concepción plantea al neutralidad de las tecnologías respecto de fines para lo que son utilizadas; serían buenas o malas, funcionales o disfuncionales, según para que se las emplee. Esta perspectiva no es tán solo errónea, sino más bien limitada.
Lejos de esta postura, tomaremos el desafío de Heidegger de “pensar la tecnología”, desde otra óptica partimos del supuesto conforme al cual la relación de las tecnologías como lo político, lo económico, lo social y lo cultural es dialéctica e interdependiente; pero en ultima instancia se puede reconocer un cierto, aunque complejo, modo de subordinación de aquéllas a estos ámbitos u órdenes.


La nueva estratificación social
“Es un ordenamiento vertical de la población en segmentos, conforme a la función que cumplen en la división social del trabajo. Esta división se encuentra fuertemente condicionada, por la estructura de dominación política, y legitimada por la ideología hegemónica imperante. Su elaboración y resguardo es responsabilidad de los estratos superiores”. Es un ordenamiento piramidal que permite observar caracteres particulares diferenciales de cada estrato, los que conservan gran homogeneidad interna.
El modo de estratificación por clase ha sido el tipo dominante de los últimos ciento cincuenta años. Siguiendo a Weber, diremos que el sistema clasista se da cuando un número de personas poseen un componente causa espacífico de oportunidades de vida en común, en la medida en que ese componente está representado exclusivamente por intereses económicos en la posesión de bienes e ingresos, bajo las condiciones del mercado de productos de trabajo. Las nuevas tecnologías conllevan la crisis de los modelos fordistas y tayloristas de producción, sobre los cuales en gran medida se asentaba la estructura de clases propias de un capitalismo industrial de acumulación. En efecto, al quedar, cada vez más en “manos” de la máquina, no resulta tan importante el productor como el consumidor. Por ende lo que habrá de definir la ubicación del individuo en la pirámide social no será cuánto tiene sino, cuánto gasta: la tarjeta de crédito reemplaza ala cuenta bancaria. La capacidad de gasto está directamente relacionada con la ocupación del individuo, y esa ocupación, a su vez, se deriva del grado de conocimientos e información que ese individuo posea. Cada vez, resulta menos relevante el talento innato para detectar un negocio, o la capacidad de esfuerzo y sacrificio laboral, que eran los dos elementos necesarios para ascender socialmente en el sistema clasicista. En una sociedad hipercomunicada o hiperinformada, en cambio, el más apto para tomar la decisión correcta, es aquel que no sólo dispone de la información pertinente, sino que, además, sabe ordenarla y procesarla adecuadamente.
Otra de las cuestiones que plantean estas nuevas tecnologías en relación a la estratificación social está dada por la constante educción de los precios de los artefactos informáticos y telecomunicacionales. Esto vá permitiendo que la mayoría de la población pueda acceder directa o indirectamente a la videocasetera, al fax, al teléfono celular, a la computadora personal, a la TV por cable, al CD- Rom, a las redes informáticas, etc. Pero, atención, la mayoría no es la totalidad. La pregunta es qué pasará con los descalzados que queden al margen del sistema superinformado. Aristóteles decía que la democracia es el gobierno de la mayoría, y como los pobres eran siempre mayoría, podía entenderse a la democracia como el gobierno de los pobres. En cambio, la oligarquía, -gobierno de pocos-, era también susceptible de ser definida como el gobierno de los ricos. Lo que hasta nuestros tiempos nunca se había planteado es que los “ricos”, los que tengan acceso inmediato o mediato a los bienes tecnológicos enunciados, puedan ser la mayoría. Pareciera que en lugar de llegar a la “aldea global” anunciada por McLuhan, estamos llegando a la “ciudad global”. Es que en la estructura comunitaria propia de la aldea todos tienen acceso a casi todo el conocimiento socialmente relevante, con un claro predominio de las relaciones primarias entre sus miembros.
Las visiones de la ciencia
Con el surgimiento del capitalismo, apareció la visión moderna de la ciencia. Esto ya no es una requisitoria por las causas finales, por el “para qué” de las cosas, sino, que pasa a ser una pregunta por el “cómo se hace”, “cómo se compone” la cosa. Es decir, por la causa eficiente y material. Los capitalistas habrían de seguir dedicando al trabajo productivo el mismo tiempo y esfuerzo que le dedicaban previamente. Esto llevó a todo un sector social a vivir en función de la acumulación de la riqueza proveniente del esfuerzo aplicado a la producción y distribución de mercaderías. En el campo político, el conocimiento, llevó a la alianza a efectuarse con la “ciencia nueva” la que le hubo de permitir “saber para prever, prever para poder, según la frase de Augusto Comte. Así comenzó la pasión matematizar toda la realidad (Descartes, Newton, Hobbes), dado que el cálculo es la base noética del capitalismo.
En la segunda mitad de este siglo encontramos en la etapa del capitalismo de consumo, que surge la necesidad de segmentar adecuadamente el mercado para no entrar en el tipo de producto a elaborar, ni en el mensaje publicitario a emitir para cautivar el segmento elegido. La equivocación en este campo se paga con el fracaso total. Si se produce un auto, un lavarropas, una heladera para la clase alta y el producto no responde a los parámetros de diseño o calidad por ésta exigidos, difícilmente lo adquiera. Pero si es la publicidad la que envía señales equivocadas, transmitiendo alguna pauta o depositando en el producto alguna característica propia de las que el imaginario y los códigos de la clase alta le atribuyen a la clase baja, seguramente las ventas serán catastróficas.
A poco de consolidarse estas nuevas tendencias, emerge con Thomas Kuhn el primer cuestionamiento radical a la idea de acumulatividad de la ciencia. Se reemplaza esta noción por la “revolución científica”, según esta tesis, la comunidad científica, elabora una constelación de creencias, valores, técnicas, etc., dentro de la cual las soluciones propuestas a los problemas, se consideran científicamente admisibles, o sea, legítimas. Esta constelación recibe el nombre de paradigma; es decir, un paradigma, es lo que comparten los miembros de una comunidad científica, y se es miembro de esa comunidad si se conoce y comparte el paradigma. De acuerdo con el modelo analítico, propuesto por Kuhn, la crisis de un paradigma vigente no se produce cuando surge una cantidad de anomalías a las que no puede dar respuesta, sino cuando aparece un nuevo paradigma capáz de brindar respuesta a los problemas insolubles dentro del marco anterior. Pero esto, no significa que el nuevo paradigma sea mejor que el anterior, ni mucho menos que signifique un progreso, respecto de aquel, ya que ambos, son inconmensurables, es decir, que no admiten parámetros de medición comunes. Por lo tanto, no hay diálogo, ni acumulación posibles.
Pero la revolución informática de los 80, unida a los desarrollos satelitales y –entre otras innovaciones-, la invención de la fibra óptica, ha tornado caduco el concepto de segmento de mercado, e incluso el más restringido de “nicho”. Ya no se produce un automóvil para la clase media, o el radiograbador para la clase baja; se trata de fabricar v.gr el producto que desea consumir el médico casado e clase media. Las posibilidades de adaptación que permiten las nuevas tecnologías, particularmente en materia de diseño, son casi ilimitadas.
Este proceso de hiperindividualización del consumidor encuentra su correlato en lo que Lyotard ha dado en llamar la “crisis de los grandes relatos”. En el campo de la epistemología esto se traduce en la crisis de los paradigmas aún vigentes, tanto en ciencias físico-naturales, como en el área de las ciencias-sociales. También la noción de inconmensurabilidad merece ser reformulada a la luz de estas cuestiones, especialmente en función del replanteo de los conceptos de universalidad, identidad y diferencia.
 Bibliografía:
Agulla, Mario; Hernando, Claudia. La tecnología. Sus impactos en la educación y en la sociedad contemporánea. Antología II. Buenos Aires, Editorial Plus Ultra. 1996 Del Percio, Enrique.


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